lunes, 28 de septiembre de 2009

La primera en la frente

Éste es el relato de mi primera eventualidad al llegar a Lyon, que fue bastante pero que bastante reseñable.

Bajé yo con el corazón lleno de alegría del tren al llegar a la moderna estación de Part Dieu, tras un plácido viaje en el tren de alta velocidad francés (que, a diferencia del español, es barato y llega a casi todas partes) atravesando campiñas y bellas landas. Desde luego, ese ánimo duró poco: llovía, hacía frío y yo cargaba con dos maletas que pesaban como la muerte y con una mochila enorme que hacía que el entrenamiento de Son Goku pareciera un paseíllo matinal. No sabía exactamente dónde estaba la residencia, pero contaba con un mapa de San Google y con la proverbial (?) amabilidad gala. En efecto, tras indagar un poco me di cuenta de que el Google maps había señalado en amarillo (es decir, como una vía importante) una callecica a la que Jack el Destripador podría haber llamado "hogar" (bueeno vaaale, estoy exagerando un poquillo... pero es una calle muy estrecha; además, así es más divertido =D). Sin más incidencias, llegué a la residencia.

El lugar era limpio y neutro, como yo había esperado; la gente de la recepción parecía amable y... primera sorpresa: ¡hablaban inglés! Bendiciendo mentalmente a Juana de Arco, a Shakespeare y a la Unión Europea, me dispuse a rellenar el papeleo necesario para acceder a la habitación; quizá la suerte del día estaba volviendo a rolar... Todo fue completamente bien hasta el momento de pagar: el hombre de la recepción se volvió hacia mí, puso mi tarjeta encima de la mesa y dijo: "no la acepta". Y ahí se quedó, mirándome; yo esperaba que propusiera algo al respecto, que sugiriera comprobar si las líneas estaban bien, pero al cabo de unos segundos pareció claro que era una expectativa muy optimista. "¿No puede volverlo a intentar?", repuse.

Mismo resultado, misma reacción del hombre. "No pasa nada", me dije, "seguro que es que la tarjeta no acepta hacer un pago de tanta pasta de una tacada". "Pruebe a separarlo en dos partes", sugerí. Mismo de lo mismo. Empezaba a notar una gotita de sudor que corría por mi espalda... "Tiene que ser un problema de límites de la tarjeta", dije, "espere que voy a hacer unas llamadas...".

Salí de la recepción ligeramente aterrado, para qué lo vamos a negar. Si era un problema de límites, seguro que el banco lo podía arreglar, pero si era otra cosa... me veía durmiendo en un hotel esa noche! Inmediatamente, llamé a casa de mis padres, pues mi honorable progenitor es persona versada en los secretos de la banca. "Ay, pues no", dijo mi madre, "se acaba de ir a jugar a tenis y tardará dos horas en volver". Mierda. "Bueno, pues nada", respondí, "ya os digo algo". Llamé a la siguiente persona que se me ocurrió que podía saber cosas de bancos: mi hermana Eva. A todo esto, huelga decir que las llamadas desde Francia cuestan más o menos la vida y un trozo del alma pero bueno, eso eran detalles en este instante. Eva me colgó; claro, seguramente estaría en una reunión o algo, estamos en horario laboral. La siguiente persona que se me ocurrió que me podría ayudar es Carl, porque ha estado en el extranjero de estancia y ha tenido que pagar este tipo de cosas. "...teléfono móvil al que llama está apagado o fuera de...". ¡¡Me cago en todas las mierdas!! ¡Pero Murphy, cabrón, maldito hijo de un millón de reptiles bastardos! Espero que, al menos, te estés echando unas risas!!

Finalmente, ya casi derrotado, se me ocurrió llamar a Susana, que esperaba que supiera cosas de bancos y, desde luego, sabía de esto de estar en el extranjero... Aleluya, sonaron las campanas; Susana lo coge. Convenimos que, en efecto, tiene que ser un problema de límites y que, en efecto, el banco debería poder solucionarlo porque para eso se supone que están. Después de una breve charla estratégica, entro en la recepción para recuperar mi tarjeta. El hombre me mira... no diré que de manera inquisitiva, pero tampoco como "ay, pobrecito, a ver si lo arregla ya". Salgo de la recepción, de nuevo, con gotita de sudor.

El número del banco era un 902, claro; qué fiesta, llamar desde Francia para que me claven con tornillos en la pared y, ya que estamos, me hagan un masaje con papel de lija... No entraré en detalles sobre esta conversación; sólo diré que duró media hora, que a lo largo de ella me colgaron dos veces y que las telefonistas fueron incapaces de pasarme con el departamento de tarjetas si no pasaba antes por método de identificación robótico que me pedía mi DNI, no lo entendía sistemáticamente y acababa en un bucle infinito. Sólo diré, también, que no os hagáis nunca una cuenta en el Banco Popular; nadie tiene crímenes tan graves que pagar.

Después de esto, claro, yo estaba básicamente que me subía por las paredes, y los tipos de la recepción me miraban como diciendo "el hijodeputa este nos la quiere clavar bien clavada... pero se va a enterar de lo que vale un peine". No puedo culparles; reconozco que si no hubiera sabido la verdad, la primera veintena de teorías que me habrían venido a la cabeza yo era o un capullo o un listillo con más caradura que dinero. Y, en fin, era verdad: era un capullo por no haber comprobado los límites del pequeño trocito de plástico que tenía entre mis dedos... Tan cerca y sin embargo tan lejos!

Abreviaré lo que queda: aborté el plan "tarjeta" e inicié el plan "transferencia". Más lenta, más difícil de justificar --pensé, mirando de reojo a la ya temida recepción--, pero al menos dinero contante y sonante. Ese plan sólo tenía un problema: yo aún no tenía internet, porque el contrato no se había materializado... Reconozco que no me atreví a tensar la cuerda en recepción, pidiendo una conexión wireless temporal, y quizá debería haberlo hecho. Anyway, Susana se portó como una campeona y durante media hora estuvo intentando hacer una transferencia desde mi cuenta a la residencia, con mi atención vía telefónica. Gracias, Susana, gracias.

Pero he dicho "estuvo intentando", y lo mantengo: sus esfuerzos fueron infructuosos. Parecía obvio que Murphy había ganado esta batalla y los hoteles de Lyon habían ganado un habitante. Entonces apareció en mi móvil, refulgente como un ángel salvador: "Eva móvil". Yo, a esas alturas, estaba ya convencido de que todo esfuerzo era inútil, pero Eva insistió en intentar hacer la transferencia desde su cuenta; al menos, en ese caso contábamos con que la persona que estaba frente al ordenador conocía la interfaz que estaba usando. Y, en efecto, confirmando lo que para mí era evidente, no funcionó. No funcionó ni a la primera ni a la segunda ni a la tercera. Pero a la cuarta... ¡ah, las musas de la informática son caprichosas! Voilà! ¿Por qué funcionó entonces y no en las anteriores? ¿Por qué tampoco funcionó cuando Susana lo intentó? Arrr, no tengo ni idea y, la verdad, a estas alturas me importa un comino.

Porque esa noche fui feliz y comí perdices. Fin. Hasta la próxima :-D

PD: Este espacio ha sido patrocinado por Mi hermana Eva, S.L. Sin ella, no habría podido llegar hasta ustedes!

7 comentarios:

  1. Gran relato, y todo nos demuestra uno de los principios indiscutibles del mundo moderno: la informática no es una ciencia exacta.

    Bueno, eso y que Murphy es un cachondo.

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  2. Profundo y cierto con todo detalle. Te felicito y menos mal que ya saliste del atolladero. En fin que los hermanos sirven para algo.
    Abur.

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  3. Lo que no te pase a tí...¬¬
    Menos mal que tu hermana estaba al otro lado de los Pirineos

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  4. Eso, tú haciendo amigos allí donde vas... ;p

    Bueno, visto lo visto, la próxima vez que me llames y me pilles en una reunión, lo cogeré igual!

    Bss,

    Fdo: Mi hermana Eva, S.L.

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  5. Buas juas juas.

    Uno: Ten previsto no caer jamás en las redes telefónicas de CUALQUIER servicio privado o público de ese lugar llamado España.

    Dos: Lleva pasta encima.

    Tres: Saca partido de la tecnología moderna, pero depende solo de útiles de madera, piedra o tela.

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  6. Sí, Juanito, sí... llevaré siempre mil y pico euros encima para evitar los problemas de las tarjetas de crédito, y en especial si voy a hacer viajes de mil kilómetros ¬¬
    Total, qué puede pasar? Si en Barcelona a las 10 de la noche me encuentro con un yonqui, seguro que lo que me pedirá es que le recite una poesía, o que le resuelva un problema de máximos y mínimos ¬¬

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  7. Joer, mil y pico no, aunque tienes razón. Ciertamente no pasaría nada si te roban la tarjeta de crédito o te meten en un cajero a vaciar la cuenta.

    PD: Cuidado con el yonki poeta de las diez en punto....

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