El presente informe no será muy largo, porque lo que hay que hacer con los monumentos es verlos, y para eso ya tenéis las fotos de Picasa. Sin embargo, algunas cosas merecen ser dichas sobre esta espectacular construcción de finales del XIX. La más importante, que está hecha con un excepcional buen gusto y una originalidad poco común en las obras religiosas. Pero vayamos por partes.
Después de deleitarme con la herencia romana de Lyon, continué ascendiendo por la colina de Fourvière (pero no nos pongamos bucólicos, porque hoy toda la ladera está ocupada por calles asfaltadas y edificios), hacia la parte más alta. Allí se encuentra uno de los monumentos emblemáticos de la ciudad: Notre-Dame de Fourvière, Nuestra Señora de Fourvière, basílica católica construída entre 1872 y 1884. También, por cierto, encontramos en lo alto de la colina la Torre de Metal, una torre similar a la famosa Eiffel de París, pero con menos encanto, porque está rodeada de edificios y carece de los espectaculares cuatro pilares que rodean a aquélla.
La basílica, en fin, que es nuestro tema de hoy, está diseñada con un estilo ecléctico, muy propio de la arquitectura del XIX. El exterior es sobrio; sólo la portada se permite cierta profusión en la decoración, y sin embargo, en ella podemos ver ya trazas de esa originalidad, ese atrevimiento, al que hice mención antes. Como podéis ver en las fotos, hay humor en algunas de las estatuas que decoran la fachada principal (estupendo ese ángel con la mano en el mentón, preguntándose para qué narices necesitaba la espada).
Pero es en el interior donde está lo interesante de verdad. El primer vistazo produce un pequeño shock: después de la monótona piedra blanca de las paredes exteriores, al entrar uno se ve rodeado sin previo aviso de un maremoto de roca multicolor. En efecto: mármoles verdes, rojos, grises y blancos decoran todos los rincones de la iglesia; al verlo, no pude evitar pensar: "espera... ¡es como Santa Sofía!". Y pardiez que no era casualidad, seguro que no. Miré a mi izquierda y vi en la pared un enorme mosaico, algunas de cuyas teselas eran doradas, como tanto gustaban a los arquitectos del Imperio de Oriente; pero eso no era todo: los tocados de los personajes, su hieratismo, el diseño de las caras... eso era un mosaico bizantino! Podéis verlo aquí; la falta de iluminación en el interior de la basílica me hizo desistir de hacer yo mismo fotos a los mosaicos. Pensé: ¿y para qué narices ha querido el arquitecto hacer aquí una basílica bizantina? Pronto iba a descubrir que ése era sólo el comienzo de la historia.
Me giré y vi que frente al mosaico bizantino, al otro lado de la nave, había un segundo mosaico. Éste representaba algo más antiguo con toda seguridad, porque había un tipo bajando de un barco de clara inspiración egipcia. El estilo era aquí menos reconocible; claramente había una inspiración medieval, no tan envarada como el románico más austero ni tan desbocada como el gótico más flamígero. No obstante, nadie en el medievo habría creado nunca una escena tan cuidada, históricamente hablando: el barco, los edificios del fondo, nos estaban hablando de una ciudad del Egipto romano. Claramente, se trataba de la obra de un artista moderno imitando el estilo medieval; el anterior, el bizantino, también lo sería, seguro, pero tenía la impresión de que habían dado más en el clavo allá que aquí. Para mi gusto, este mosaico hubiera requerido que se imitara el estilo de las pinturas murales del Egipto romano, pero en fin, qué se le va a hacer... Aun así, por lo menos estaba chulo...
Seguí, y a mi derecha, tercer mosaico. El estilo de éste seguía sin ser tan conseguido como el del bizantino, pero los motivos arquitectónicos y los ropajes lo situaban claramente en la baja Edad Media. Con gran profusión de colores, el mosaico representaba una procesión pasando por delante de una iglesia gótica. A lomos de un caballo, con las manos unidas en gesto de oración, la inconfundible Juana de Arco, símbolo de la Francia medieval donde los haya. Esto empezaba a estar claro: el arquitecto, el muy friki (le estoy culpando todo el rato de los mosaicos a él, porque entiendo que aunque no los pintara, él decidió qué temática debían tener), había decidido que en lugar de citar escenas de la Biblia, en su iglesia iba a citar otras, también de significación religiosa, pero que hicieran referencia a la historia religiosa más reciente: el Egipto romano, Bizancio, ahora la Francia medieval... ¿cuál iba a ser el siguiente? ¿Y qué estilo tendría?
Miré enfrente: grandioso, lleno de poder y fuerza, el cuarto mosaico. Estaba claro que aquí el artista sí que había conseguido algo estilísticamente... después de la Edad Media, ¿qué viene? El Renacimiento. ¿Y qué cosas les gustaba pintar a los renacentistas? Pues hombre, muchas; pero una de ellas son los cuadros corales con infinidad de pequeños personajes. Dicho y hecho: el cuatro mosaico representa una batalla naval al más puro estilo de estos cuadros renacentistas. La perspectiva no es muy buena (en ello sigue recordando a las composiciones medievales), pero la profusión de personajes, el caos de remos, mástiles, fumarolas... todo ello dota al mosaico de un dinamismo maravilloso. A la izquierda, monopolizando un tercio de la composición, un hombre subido a una especie de estrado contempla la batalla y alienta a los suyos con gesto poderoso. Un mosaico notable.
Quinto mosaico: esta vez el tema es claramente barroco. Dos figuras, cobijadas bajo un palio sostenido por columnas salomónicas, protagonizan casi por entero la imagen: un monarca absoluto está ofreciendo su corona y su cetro a las alturas mientras la otra figura reza. Se trata de Luis XIII y su esposa; detrás de ellos, una cuna coronada con un sol naciente. Flores de lis, oro, glorificación de la figura real: está claro que el pintor pilló la idea de la monarquía del XVII.
El sexto y último mosaico se sitúa en la actualidad: vemos la plaza de San Pedro, el Papa y numerosas personalidades del Vaticano. Los ropajes nos suenan, el lugar sigue usándose hoy en día más o menos de la misma manera que en el tiempo que el mosaico representa: el viaje a llegado a su fin. Dos mil años nos contemplan desde lo alto de la colina de Fourvière; alguien decidió que podía ser adecuado dejar constancia explícita de ello. Un concepto muy notable para una iglesia.
En fin, como éstas, muchas otras cosas merecerían ser comentadas en esta entrada, pero no hay tiempo, ni yo pude estar tanto rato como para apreciarlas todas. Como mis fotos se quedan un poco cortas, sobre todo en el interior, os voy a dejar aquí dos enlaces que he encontrado con más imágenes de la basílica. Por si alguien gusta.
http://www.molon.de/galleries/France/Lyon/Fourviere/img.php?pic=1
http://www.visitelyon.fr/fourviere/nef-fourviere.php
Hace 1 año